Reflection By Fr. Ed Owens
The gospel readings for Easter Sunday included the Road to Emmaus (Lk 24:13-35). Unlike the gospel passages focusing on the empty tomb and first news Jesus’ resurrection, Luke includes two disciples “that very same day” who have heard of the report but remain in disbelief. Some women claim they found the tomb empty and saw a vision of angels declaring that he is alive. Some men later confirm the report but saw nothing of Jesus himself.
The two disciples apparently find staying in Jerusalem too painful to endure. They need to get out of town lest they face stares in the streets and derisive comments from bystanders. Perhaps they’d traveled to the holy city for the high feast and were heading home anyway. Whatever the details, the one they’d hope to be the Messiah was dead and the claim of his resurrection seemed contrived. Women who have cannot even witness in court make a fantastic claim. The empty tomb sounds like just another grave robbery or an insider plot. Jesus is nowhere to be found. So much for second-hand news!
Subtle ironies emerge in the story. The name Emmaus may be a Hellenized form of a Hebrew word means “hot springs.” Perhaps the two were going there to relax and unwind in wake of such disappointment? Further, they encounter Jesus who becomes a companion on the journey. Companion derives from “with bread,” the very food which will open their eyes to seeing rightly. They can’t believe he is “the only person staying in Jerusalem” unaware of the recent event. They, however, are the ones who do not see.
Jesus rushes not to his identity but creates a teachable moment as he often did in his ministry. He explains again the meaning of the law and the prophets, beginning with Moses. He reminds them that the Messiah did not conform to human expectations of a great leader who would defeat the Roman Empire and restore Israel as a nation under a Davidic monarchy. So often he preached that the Messiah must die in order to rise and enter into his glory. The Father’s will was ever in sight and to be done.
Jesus certainly captured their attention for they ask that he stay the night. They owe him hospitality as a cultural given but surely had a deeper motive: they wanted the conversation to continue. Recognition comes not with further discussion but with simple actions: “While they were eating, he took the bread and said the blessing; then he broke the bread and handed it to them. Their eyes were opened and they recognized him, but he had vanished from their sight.” It is through a seeming “stranger” that the disciples come to the light of faith. That lens is crucial to understanding the road to Emmaus. Jesus does not unmasked himself in an “aha” moment. He vanishes from their sight. They must continue to recognize Jesus in the breaking of the bread and welcome still others to the banquet. It is through the stranger that we most define ourselves and incarnate who we really are as disciples.
The docudrama “Nicky’s Family” recounts the true story of Nicholas Winston, a young Englishman who organized the rescue of 669 Czech and Slovak children, mostly Jewish, before the outbreak of WWII and the Nazi occupation of Czechoslovakia. He worked frantically to find English families willing to adopt them before time ran out. At one point in the story, one refugee boy recounts (as an adult) not being met at the station by his adoption family. A taxi driver noticed him and several others in the same predicament just sitting on their suitcases. The taxi driver bought fish & chips for dinner, took them home for the night, and helped them get settled into families. He noted poignantly, “English people on the whole were very kind. I would say, the poorer they were, the kinder they were.”
Emmaus speaks to the various “wilderness” moments that run through the scriptures: slavery in Egypt to the Promised Land, exile in Babylon and back, and scattered after the death of Jesus until the fire and Spirit of Pentecost. It is in whatever wilderness journeys, long or short, that we encounter God anew: not the God of familiar liturgy and comfortable piety but the God we cannot predict or control.
Emmaus remains essential to being an Easter people. Resurrection points beyond itself, beyond oneself, beyond any given moment, and beyond our human perceptions and moods. Luke’s account of the women at the empty tomb includes pointing them forward: “Why look among the dead for someone who is alive? He is not here; he has risen. Remember what he told you when he was still in Galilee . . . And then they remembered his words.” When we break the bread, we proclaim Jesus in our midst and embrace the call to recognize him in one another and in those we encounter anew on our pilgrim way.
ENCUENTRE A JESÚS EN OTROS ESTA TEMPORADA DE PASCUA
Las lecturas del evangelio del Domingo de Cuaresma incluyeron el Camino a Emaús (Lc 24:13-35). A diferencia de los pasajes que se centran en la tumba vacía y en las nuevas de la resurrección de Jesucristo, Lucas incluye a dos discípulos “ese mismo día” quienes han escuchado sobre la noticia pero permanecen con incredulidad. Algunas mujeres aseguran que han encontrado la tumba vacía y vieron una visión de ángeles declarando que Él está vivo. Algunos hombres confirman la noticia un poco después de escuchar sobre las nuevas pero no vieron nada de Jesucristo.
Los dos discípulos aparentemente descubren que permanecer en Jerusalén es muy doloroso de soportar. Tienen que salir de la ciudad a pesar de tener las miradas encima de ellos por las calles y comentarios desagradables de ciertos espectadores. A pesar de haber viajado a Tierra Santa para la gran fiesta e ir camino a casa sin importar las circunstancias. Los detalles que hayan sido, quienes ellos creían que era su Mesías estaba muerto y el reclamo de su resurrección se veía artificioso. Las mujeres que no han siquiera atestiguado en la corte hacen un reclamo genial. La tumba vacía suena como un robo cualquiera o un plan interno. Jesucristo no está en ningún lugar. Mucho más para las noticias de segunda mano.
Ironías sutiles surgen en la historia. El nombre Emaús puede ser una manera helenizada de una palabra en hebreo que significa “aguas termales”. A pesar de que los dos iban ahí a relajarse y a descansar a raíz de tal desilusión. Además, se encuentran con Jesucristo quien se convierte en una compañía en la jornada. La compañía se deriva de “con pan”, la única comida que les abrirá sus ojos para poder ver justamente. No pueden creer que Él es “la única persona que se queda en Jerusalén” sin percatarse del evento reciente. Ellos, sin embargo, son quienes no ven.
Jesucristo no se apresura por su identidad sino que crea un momento de enseñanza como siempre solía hacer en su ministerio. Vuelve a explicar una vez más el significado de la ley y de los profetas, comenzando con Moisés. Les recuerda que el Mesías no se ajustaba a las expectativas humanas de un gran líder quien derrotaría al Imperio Romano y restauraría a Israel como una nación debajo de una monarquía Davídica. Con frecuencia predicaba que el Mesías debería de morir para levantarse y entrar al Reino de su gloria. La voluntad del Padre era la prioridad para ser cumplida.
Ciertamente que Jesucristo llamó su atención ya que le pidieron que se quedara esa noche. Le deben hospitalidad como una manera cultural pero seguramente tenían un motivo más profundo: querían seguir con la conversación. El reconocimiento no viene solamente con un debate sino con acciones simples: “Mientras comían, tomó el pan y dio la bendición; luego lo partió y se lo pasó. Sus ojos estaban abiertos y lo reconocieron, pero Él ya se había desaparecido de su vista.” Es a través de un aparente “extraño” que los discípulos vienen a la luz de la fe. Ese lente es crucial para comprender el Camino a Emaús. Jesucristo no se desenmascaró a sí mismo en un momento “repentino”. Él se desparece de su vista. Deben de seguir reconociendo a Jesucristo en la partida del pan y recibir a los demás en el banquete. Es a través del extraño que debemos definirnos a sí mismos y encarnar a quienes realmente somos como discípulos.
El documento y drama “La familia de Nicky” cuenta la historia verdadera de Nicholas Winston, un joven inglés quien organizó el rescate de 669 niños checos y eslovacos, por la mayoría judíos, antes del comienzo de la Segunda Guerra Mundial y la invasión nazi a Checoslovaquia. Él trabajaba arduamente para encontrar familias inglesas quienes tuvieran la voluntad y el deseo de adoptarles antes de que se terminara el tiempo. En un punto de la historia, un niño refugiado recuerda (siendo un adulto) que nunca fue recibido por su familia adoptiva en la estación. Un taxista le encontró junto a otros niños en la misma situación sentados sobre sus maletas. El taxista les compró pescado y frituras para cenar, los llevó a casa por esa noche y les ayudó a adaptarse con otras familias. Notó de una manera conmovedora: “Los ingleses en sí eran muy amables. Yo diría, mientras más pobres eran, más amables eran al final.”
Emaús habla a los momentos más difíciles que encontramos en las Escrituras: la esclavitud en Egipto hacia la Tierra Prometida, el exilio en Babilonia ida y vuelta, esparcido después de la muerte de Jesucristo hasta el fuego y el Espíritu de Pentecostés. Es en sí en cualquier jornada difícil, larga o corta, que encontramos a Dios nuevamente: no el Dios de la liturgia familiar y de la piedad cómoda sino el Dios al cual no podemos predecir ni controlar.
Emaús sigue siendo esencial como una figura de Cuaresma. La resurrección apunta más allá de sí misma, de uno mismo, de cualquier otro momento, de nuestras percepciones humanas y de nuestro estado de ánimo. Las explicaciones de Lucas sobre las mujeres en la tumba vacía incluye el hecho de empujarlas hacia adelante: ¿Por qué buscan entre los muertos a alguien que está vivo? No está aquí, ha resucitado. Recuerden lo que les dijo cuando estaba aún en Galilea…y después recordaron sus palabras.” Cuando partimos el pan, proclamamos a Jesucristo entre nosotros y abrazamos el llamado de reconocerlo unos a otros y en todos aquellos que encontramos de nuevo en nuestro peregrinar.